jueves, 1 de noviembre de 2007

La mujer tendida

Cuando abrió la puerta la encontró tendida, con un hilillo de sangre en la comisura de los labios. Comprobó que no estaba muerta. Miró su reloj. Eran las tres y veinte de la mañana. Echó una ojeada alrededor. Era un salón más bien pequeño, de una decoración minimalista que lo dotaba de amplitud, con algún que otro cuadro moderno de valor colgado de las paredes. Un par de pequeñas esculturas africanas y una lámpara de pie encendida. La del techo estaba apagada. La chica estaba tirada entre el televisor y la mesa baja de cristal, en torno a la cual se arremolinaban dos sillones y un sofá, en apariencia cómodos, de color azul. Debajo, una alfombra lisa color turquesa.
Pensó que la habrían abofeteado con violencia, de ahí la sangre. Registró rápidamente la casa y no vio a nadie. Cargó con ella a sus espaldas y buscó el lavabo, la desnudó con habilidad, la metió dentro de la bañera y comenzó a ducharla con agua fría. Cuando volvió en sí todavía estaba muy cansada para hablar, murmuraba incomprensibles. La secó, la vistió con las mismas ropas y la sentó en el sofá del salón mientras buscaba alguna botella. Encontró una de ron negro en la cocina. Sirvió un par de copas.
-Bebe un trago de esto. Te sentará bien.
Mientras la observaba llevarse con torpeza la copa a los labios maldijo interiormente al tipo que lo había traído hasta allí para reencontrarse por sorpresa con su pasado. Fue Bruno quien le había llamado hacía un par de días contándole una monserga sobre no sabía qué asunto importante que no podía esperar, citándole para hoy a las tres en su picadero de las afueras. Todo debía estar rodeado de la mayor de las reservas. “Adelántame algo”. “Imposible. Sólo debes saber que te interesa y mucho. Yo diría que es probablemente la maldita cosa que más te interesa de este maldito mundo”. Pausa. “Si me retraso no me esperes en la puerta. Coge las llaves de debajo del felpudo, entra y espérame allí. No tardaré en llegar”.
Sacar a un hombre con suerte de los hipódromos debería ser un delito, y más cuando tienes que coger un avión para ir a una cita secreta en la que al final te encuentras con ella tirada en el suelo. La miró.
-¿Estás mejor?
Asintió. Se le quedó mirando un largo rato, como si el tiempo se desprendiera de sus ojos de corrido rimel. Era una mirada triste tras la cual se agazapaban decenas de felinos al acecho.
-Voy a ver si todo está en orden.
Se levantó y comenzó a inspeccionar la casa con más detalle, cuarto por cuarto. Fue entonces cuando lo encontró en el dormitorio, dentro del armario, con esa mirada extrañamente fija, y supo todo lo que había ocurrido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no zaga usté de rogá. queremo ma...

detective mariscal dijo...

Tó zandará