Es dura la asfixia,
la congoja del miedo,
la soledad de las noches muertas.
Todo el mundo lo sabe.
La vida entonces es angustia,
un libro en blanco y sin final.
Un regalo macabro del silencio.
En esas noches nada puede decirse.
Acaso palabras de consuelo,
fórmulas de un conjuro,
excusas para justificar la herida:
un poema, por ejemplo.
O uno puede abrazarse a la memoria,
-ese refugio tan lleno de trampas-
y reivindicar el calor de un abrazo,
la magia de las miradas como lumbre,
la luminosidad gozosa del que llega a tiempo
y nos rescata de la noche fiera,
de esa terca oscuridad de la que nadie vuelve.
Y entonces uno comprende.
Y en la asfixia, en la congoja,
uno encuentra una razón,
un sentido para seguir:
no defraudar a los que llegaron a tiempo,
no darles motivos para morir.
Y como en una obligación hermosa y purificadora
comienza un homenaje a través del tiempo.
Y alguien, en la noche,
escribe este poema.
jueves, 27 de marzo de 2008
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2 comentarios:
¡como pesa todo algunas veces¡ Que tengamos la suerte de encontrar en nuestro camino muchos que lleguen a tiempo. Que seamos sabios para no caer en las trampas de la memoria. Y sabios para ver la magia de nuevas miradas. Que no nos hagan falta más refugios y que nunca nos den motivos para morir.
Bonito poema, detective mariscal. Gracias desde la asfixia.
a menudo los encontramos: motivos para morir. afortunadamente nos regalan excusas, más o menos falsas, a borbotones para olvidarlos.
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