El fútbol convertido en puro arte, inolvidable, pura orfebrería. No sólo fue la certificación del angelical método azulgrana. Del Barça, que se obliga a sí mismo en el juego y en el resultado, no se esperaba un simple triunfo, sino que sellara su estilo ante un duelo de máxima exigencia. Y la respuesta barcelonista fue intachable. No se confundió con el imprevisto gol inicial de Higuaín, reaccionó con su guión de todo el curso, ese aire poético que le distingue, y no sólo retorció el marcador, sino que subrayó la evangelización que merece Casillas y rebajó de tal forma al Madrid que el impetuoso aspirante quedó reducido a un rutinario telonero.
Frente al fútbol de sacamuelas y de tono épico de los madridistas, el Barça resultó sinfónico. Se puso de etiqueta, bailó en Chamartín y laminó el safari madridista de los últimos 17 partidos. Uno y otro expusieron su versión más real. El equipo de Guardiola, el más operístico de la temporada, debía mostrar su carácter competitivo ante una situación casi extrema. Del Madrid, que a toque de tambor ha mantenido la Liga en vilo con un espíritu conmovedor, se esperaba un arrebato definitivo. No hubo debate: el Barça fue mejor en todo, en lo fino, en lo grueso. El Madrid no tuvo respuesta, no le llegó el sudor que le había hecho soñar con el título. El Barça le resultó de otro planeta; le condujo a lo que nunca se presumía del Madrid: la rendición. El grupo barcelonista le dio argumentos para ello.
Si hubo más emoción de la cuenta fue por la divinidad de Casillas, junto a Raúl y el ausente Guti la única coartada étnica del madridismo. Enfrente, Xavi, padre junto a Guardiola de la admirable y productiva ingeniería genética azulgrana, manejó el encuentro con su toque homérico. A cada azote del Madrid, que hizo pagar las únicas debilidades barcelonistas -la poca chicha de Abidal y el peaje de Puyol, demasiado disperso en el eje defensivo-, respondió Xavi, jugador con más jerarquía que focos. Xavi, en plenitud, es un homenaje al fútbol. A todos los sistemas: el que premia al alquimista que advierte el pase que nadie ve o el pícaro que con cuerpo de ratón es capaz, por su apego a la pelota, de rescatarla ante espartanos como Lass. Como intérprete activó a Puyol en el 1-2; como amante del balón, citó a Messi con Casillas en el 1-3 tras birlarle el sustento al segundo Diarrà; animó a Henry en el 2-4, e hizo otro guiño a Messi en el 2-5. Desde Cruyff en 1974 -guionista de otra inolvidable noche del Barça en el Bernabéu con aquel 0-5- no ha habido un solista azulgrana semejante en el Bernabéu. Al Barça le bastó con Xavi y un novel camino de la posteridad: Piqué, la mejor noticia para el fútbol español en lo que va de temporada. Sobrio, concentrado, adulto, con recursos para el quite y la salida, y hasta con gol. Con Xavi al compás y la extraordinaria solemnidad de Piqué, Messi puso la puntilla a ese Madrid babélico tuneado por Juande en los últimos meses. Salvo frente al Liverpool y el Barça, la clase alta del fútbol europeo. El conjunto azulgrana es de otro planeta. Por mucho que se rebobine no hay rastro de un equipo que haya jugado tantos buenos partidos en una misma temporada, y sin descartar ningún reto. Filias y fobias aparte, este Barça es un lujo para el fútbol. Miren si no: con 2-5, cualquiera estaría de rondito a la espera del telón. Este Barça, no. Con 2-5, Piqué llegó al gol en el 2-6. El cuadro azulgrana ni siquiera precisó de la mejor versión de Eto'o o Iniesta. El primero, alejado a una orilla para que Messi retratara a los centrales blancos, hizo de extremo postizo. Lo mismo dio. El Madrid no pudo ser ni un picanarices. Fue un títere a los pies de un equipo de trazo celestial. No hubo madridista que ganara su duelo: sin pistas de Raúl, Ramos se quedó en tanga ante Henry, Gago y Lass debieron sacar a hombros a Xavi; Marcelo fue el Marcelo que llegó... Así, uno tras otro. Jamás en la historia hubo recital azulgrana similar en el Bernabéu; ni en el Camp Nou.
Habrá un antes y un después de semejante gala. Habrá un antes y un después de Pep Guardiola, guardián de un santoral que recibió de Johan Cruyff y al que aquel chiquillo de Santpedor hoy ha engrandecido. Pep, muy por encima de ese estreñimiento dialéctico que a veces prevalece en el fútbol, ha desmentido a esos paniaguados que le esperaban con el garrote, incapaces de perdonar su verbo ponderado, su mesura y discreción. Hasta el punto de liderar la segunda mayor goleada encajada por el Madrid en su feudo: la primera correspondió al Athletic, protagonista de un 0-6 en 1931.
Con Pep al frente, el Barça despejó cualquier discusión, ya sea de números o letras. Los puntos y los goles distinguen a este Barça; los adjetivos, pese a los reticentes habituales, inundan sus crónicas. Llegado el día clave, el Madrid, sometido de principio a fin, cayó en la orilla. Su esmero merece un titular. Lo del Barça en Chamartín, lo del Barça en toda la temporada, quedará como un incunable en la bibliografía del fútbol español. Y del transfronterizo, donde España, con el modelo azulgrana, también marca tendencias. En definitiva, el Barça hizo doblete: ganó y deleitó, porque de él se esperan ambas cosas. Tan imponente es su obra que no caben éxitos mundanos. Otro mérito de Guardiola, capaz de pilotar a un grupo hacia la trinidad final. Sólo la fabulación ya merece una elegía. El Barça, el fútbol, el lirismo puro.